Alemania miente: no le teme a la inflación, sino a sí misma.
¿Qué responde siempre Merkel a cualquier pregunta? –Nein, nein, nein…”
Este chiste circula por el sur de Europa, quizás porque los pobres europeos meridionales ya nos hemos acostumbrado a que “Ella siempre dice no”. ¡Qué pena! Ya nos gustaría que fuera al revés, y que Merkel se pareciera (al menos un poco) a la protagonista de la película “Ella siempre dice sí”: Kim Basinger.
Dejemos de soñar y volvamos a la cruda realidad de esta crisis. Ni Angela Merkel es Kim Basinger, ni Alemania tiene miedo a la inflación, aunque esta “bicha” sea uno de sus más nombrados argumentos para repetir “nein, nein, nein…”. Si Alemania siempre dice no, en realidad es porque se teme a sí misma… y a reproducir su triste papel antes de esta crisis, cuando repetir “nein” hubiera sido una respuesta más adecuada a sus propias interrogantes internas.
Menos mal que la primera gran interrogante, defender la existencia del euro, sí la tuvo clara Alemania. Pero no ha podido –o querido- evitar que esta crisis, sin llegar a matar al euro, aún siga dejándonos a muchos (sobre todo en el Sur) muy lejos de la ansiada luz al final del túnel… aunque quizás es mejor, no sea que a la salida del túnel esté la caída al abismo.
La crisis no ha matado al euro (por cierto, ningún agorero fue capaz de explicar de un modo más o menos verosímil cómo se da marcha atrás en una unión monetaria), pero desde luego ha matado la confianza entre muchos de sus socios. El euro, paradójicamente, debería servir para todo lo contrario: para ser la base monetaria sobre la que construir la unidad económica y, por supuesto, política de unos vecinos que, entre otras cosas, no han vuelto a liarse a cañonazos entre ellos desde que se asociaron en el embrión de la actual Unión Europea.
Sin confianza es difícil hacer negocios ni formar parejas estables. Sobre todo cuando el más fuerte en una pareja de hecho (aunque la relación norte-sur más bien parece “de desecho”) siempre dice “nein, nein, nein…”. Y lo dice por triplicado porque es su respuesta sistemática a las tres peticiones fundamentales del resto de sus socios:
-Por favor, Alemania, ¿no podrías estimular un poco más tu demanda interna, gastarte más dinero en infraestructuras, en salarios más altos, en mejoras sociales, etc. y así fomentar tus importaciones, reducir tu vergonzoso superávit comercial y hacer un poco más de locomotora nuestra?
-Nein.
-¿Podrías al menos acelerar en la unión bancaria, para que no nos vuelva a pasar lo mismo y cerremos de una vez la crisis del sistema financiero?
-Nein.
-Ya sabemos que es mucho pedir y que te lo hemos reclamado antes, sin éxito, pero… ¿podríamos crear los eurobonos de una vez, y así financiarnos todos un poco más barato, aunque Alemania tuviera que renunciar a financiarse a coste casi cero? Además, evitaríamos nuevos ataques especulativos contra los bonos nacionales… Nunca se sabe cuál puede ser la siguiente víctima si los mercados vuelven a desconfiar…
-Nein.
Como ven tan gráficamente en este hipotético diálogo de sordos, no hay manera. Tres ceros de tres intentos. Y eso que, por una vez, la nueva Dama de Hierro europea (aunque sería más exacto el apelativo de Dama de Acero del Ruhr) ha dicho “sí”. ¡Milagro! De sus labios ha salido por fin un “sí quiero”, pero ha sido para lograr la gran coalición de gobierno con los socialdemócratas. Mantenerse fuerte en la cancillería y gozar de un holgada mayoría parlamentaria eran motivos más que suficientes para decir “sí”, aunque sea con la boca pequeña, a un plan también muy pequeño de estímulo económico: establecer un salario mínimo de 8,50 euros la hora a partir del ejercicio 2015; aumentar las pensiones a las mujeres que tuvieron hijos antes de 1992 (una propuesta de la propia Unión Cristiano Demócrata, CDU, de Merkel) y anticipar la edad de jubilación, de los 67 a los 63 años, pero sólo para los afortunados germanos que hayan podido cotizar durante 45 años o más. Esta última propuesta y la del salario mínimo han sido casi las únicas concesiones a los socialdemócratas del SPD para que estos aceptaran un matrimonio de conveniencia para ambas partes, aunque de escaso provecho para quienes ni siquiera hemos sido invitados a la boda.
EL PRIMER “NEIN”
Alguien pensará que con este “sí”, la canciller está borrando uno de sus principales “nein” de los últimos tiempos: el no rotundo a estimular la economía interna alemana, para que así la locomotora económica europea actúe como tal y nos ayude a los demás, sobre todo a los pobres sureños, a salir de la crisis.
Pero no seamos ingenuos. Merkel continúa empeñada en negarlo todo tres veces, como el apóstol Pedro, y su primer “nein” sigue igual de rotundo que antes de su matrimonio político con los socialdemócratas. No hay más que hacer las cuentas: las concesiones al SPD, unidas a un moderado incremento de 6.000 millones de euros en las inversiones en educación, apenas suman 23.000 millones para repartir entre toda la legislatura que ahora comienza. Es decir, una inversión anual equivalente al 0,3% del PIB alemán. Un poquito más de presión en la caldera de la locomotora, pero que apenas sentiremos los del furgón de cola del tren europeo.
¡Qué viene el lobo de la inflación! ¿Por dónde, mientras muchos países (como España) registran tasas negativas y por doquier proliferan los análisis que pronostican lo contrario, que el auténtico depredador al acecho es la aún más peligrosa deflación? Por favor, Merkel, por favor, Alemania, lo de la inflación no os lo creéis ni vosotras. Inflación es lo que quiere prohibir Maduro en Venezuela o lo que suele camuflar Cristina Fernández en Argentina. Hiperinflación era que un sello de correos llegara a costar 300.000 marcos, como ocurrió durante la República de Weimar. Es comprensible que, desde aquellos tiempos, Alemania tenga un pánico atroz siquiera a mentar la bicha inflacionaria.
¿Pero cómo vamos a generar inflación países con la demanda estancada o en retroceso, salarios en picado y exceso de mano de obra dispuesta a trabajar en lo que sea con tal de salir de una cola de cinco millones de parados?
Ya no cuela. Tu primer “nein”, querida y por lo demás admirable Alemania, no puede sostenerse ya alentando el miedo a la inflación.Y tu segundo “nein” (a la unión bancaria), igual que tu tercera negación (a los eurobonos), vienen más de tu miedo a ti misma que del temor irracional a factores externos.
EL TONTO DE FRANKFORT
¿Por qué Alemania no quiere acelerar la unión bancaria, le pone contiguas pegas al avance hacia un supervisor único, a la creación de un auténtico sistema financiero europeo que sea un más eficaz sistema circulatorio de la tan ansiada liquidez? Porque tiene miedo de caer en sus errores bancarios del pasado y, quizás, porque aún necesita tiempo para echar tierra, mucha tierra, sobre algunos de ellos (como la que ya ha utilizado para cubrir los profundos agujeros de sus cajas de ahorros).
Un amigo mío trabajaba en un gran banco de inversión norteamericano. Ya saben, uno de los innombrables por su gran protagonismo en la generación de la burbuja financiera. Y no hace mucho me recordaba lo que se reían en la sede de Nueva York cuando aparecía “el tonto de Francfort”. Llamaban así a un estirado banquero germano que llegaba dándose muchos aires y suscribía todo tipo de basura tóxica y subprime que le ponían por delante. Le sobraba liquidez, pero también soberbia para no reconocer que no entendía nada de lo que le estaban colocando. Se lo llevaba a sacos, para luego ayudar a diseminar el virus subprime entre sus clientes alemanes y del resto del orbe. Cada vez que el individuo aparecía, los comerciales del banco americano se frotaban las manos de satisfacción. Y les parecía imposible que sus magníficos Mercedes, Audis y BMW se hubieran fabricado en el mismo país que les enviaba a aquel incompetente para ayudarles a engrosar sus bonus anuales… y poderse comprar así el último modelo de descapotable made in Germany.
Tampoco demostraron gran inteligencia quienes (aprovechando el masivo ahorro de los alemanes) prestaron con alegría a clientes a la postre tan dudosos como el Estado griego, o a ciertas cajas de ahorros españolas… por citar sólo un par de ejemplos de los “listos” que durante muchos años vivieron de la generosidad de quienes no lo parecían tanto, los mismos incautos prestamistas que ahora quieren cobrar toda su deuda y se resisten a cambiar, de una vez por todas, las reglas bancarias europeas.
Alemania quizás reviva esa pesadilla. Y ese puede ser el motivo oculto de su resistencia, de su pertinaz “nein”, a avanzar hacia una unión bancaria. Se tiene miedo a sí misma pero, en vez de vacunarse contra una posible repetición del error, ni siquiera quiere ir al médico. Los enfermos son los de la película de Amenábar: los Otros (sí, ya lo sé, Merkel tampoco se parece a Nicole Kidman).
LOS DESEQUILIBRADOS DE ANTES
Bruselas “regaña” a Berlín porque el gran excedente comercial germano se ha convertido en un serio y peligroso desequilibrio. Y los desequilibrios, todos ellos, hay que combatirlos desde la ortodoxia comunitaria. Habrán notado que hemos entrecomillado el verbo regañar por razones obvias. El profesor bajito y miope no impone respeto a la gran empollona que se atreve a someter bajo sus reglas a toda la clase. A Alemania le resbala la advertencia de Bruselas.
Como le resbalaba cuando era ella la que amasaba grandes déficit presupuestarios, porque todos los demás teníamos que hacer la vista gorda y ayudar como fuera a la ingente obra de la reunificación germana. ¡Qué tiempos aquellos, cuando los más desequilibrados –presupuestariamente, por supuesto- de Europa eran los del norte!
En los últimos tiempos, en plena crisis financiera de la eurozona, sin embargo, ¡qué bien se ha estado financiando Alemania, a la que en algunos momentos ha habido incluso que pagar dinero para que nos dejara a los demás “refugiar” nuestros euros en sus híper-seguros Bunds! Incluso ahora, cuando hasta el Estado germano tiene que pagar algo (240 puntos básicos menos que el español) para colocar su deuda… ¿cómo creemos que alguna vez va a decir sí a los eurobonos? ¿Para financiarse al mismo tipo que sus derrochadores y arruinados vecinos, que esos Otros de la acera del sur? “Nein, nein, nein” y mil veces “nein”.
Y aquí enlazamos con el primer “nein”: nada de gastar de más, nada de creernos nuevos ricos, ni de parecerlo… Alemania se tiene miedo a sí misma y, del mismo modo que convive con la pesadilla de la híper-inflación de Weimar, ni por asomo quiere pensar en volver a desequilibrar su gasto público y tener que pagar algo más (aunque sea sólo un poquito más) por vender sus Bunds.
Qué pena. Esperemos que, con paciencia y amor, como en cualquier relación de pareja, Alemania acabe renunciando alguna vez al “nein”. Tal vez lo haga cuando vea que no puede seguir engordando sola mientras, a su alrededor, todos sus novios adelgazan y se alejan.
Ángela, por favor, ¡acuérdate de Kim Basinger!