Cuando en 2011 Bankia estaba camino de salir a Bolsa, yo no me lo podía creer. Incluso me aposté una comida, con los miembros de mi redacción, a que ese engendro -construido con trozos de cadáveres financieros- no saldría nunca al mercado. Yo, ingenuo de mí, insistía en que alguien debería evitarlo. Pero todo el mundo se sumaba al “pensamiento único” y afirmaba que colocar Bankia en Bolsa era casi cuestión de Estado, que sería una medida indispensable para el saneamiento del sector financiero y que lanzaría a los mercados internacionales un mensaje positivo para la “marca España”. Mi voz clamaba solitaria en el desierto e incluso provocaba comentarios despectivos.

Pese a ello, casi nadie se atrevió a apostar contra mí. Sólo un joven colega aceptó mi apuesta. Evidentemente, ganó y disfrutamos ambos de una buena comilona… aunque fuera a causa de una mala noticia para los pobres inversores que compraron las acciones.

Tiempo después, cuando pasó lo que pasó, casi todo el mundo reconoció que yo tenía razón. Que construir un Frankenstein financiero y soltarlo en el parquet había sido un desastre, sobre todo para los inversores que confiaron en el valor y que veían cómo la cotización se depreciaba día a día, sin visos de recuperarse.

Lo más triste de todo es que, en vez de rectificar, los que “piensan” y “deciden” la reforma financiera insisten en el error de dejar suelto al engendro en el mercado… y además ponen a sus demoledores pies a los pobres ahorradores atrapados en las preferentes. “¡Qué gran idea! Como no queremos ni podemos devolver el dinero a quienes compraron preferentes pensando que dejaban su dinero en un segurísimo depósito bancario, les cambiamos las preferentes por acciones de Bankia, eso sí, con una quita…”.

Resultado de esta genialidad: a un pobre jubilado que pusiera 1.000 euros en preferentes, se las recompran a un precio del 62,68 por ciento y después se las cambian por títulos de Bankia valorados a 1,3566 euros por acción. Resultado: los 1.000 euros colocados en preferentes se han convertido en 463 acciones de la entidad. Pero como Bankia se ha desplomado hasta los 0,60 euros por acción en su segundo “estreno” bursátil (el pasado 27 de mayo), esas acciones valen 278 euros. Con lo cual, el pobre “preferentista” tiene ahora unos títulos que valen 278 euros, a cambio de unas preferentes por las que pagó 1.000 euros. Es decir, ha perdido más de un 72 por ciento. Y lo que le queda. Porque los expertos estiman que no tiene sentido que, incluso a esos precios ya de derribo, Bankia valga en Bolsa más que, por ejemplo, el Popular. Y no pocos aventuran que, a la vista de sus ratios y perspectivas de negocio, las acciones de Bankia tiendan a acercarse hacia los 0,30 euros. Con lo cual, los 1.000 euros colocados en preferentes se convertirán en 138,9 euros. No está mal: pierdes más de un 86 por ciento cuando pensabas que habías colocado tus ahorros en un depósito a plazo protegido contra todo riesgo.

No se podía haber hecho peor. Transformar en acciones de un banco de alto riesgo (como casi todos en estos tiempos) el dinero de ahorradores engañados, repito, engañados. Porque no conozco ni un solo caso de alguien que comprara preferentes sabiendo lo que hacía. Una anciana con un 0,5 por ciento de visión que, por supuesto, no ve lo que firma; una pareja de jubilados que ponen en preferentes los modestos ahorros con los que soñaban hacer el viaje de su vida; un avezado inversor en renta variable a quien no advirtieron que las preferentes tenían vencimiento perpetuo y que pensaba que, por ser un ciudadano con ciertos conocimientos del mercado, no se atreverían a colocarle basura financiera; un parado que mete en preferentes toda su indemnización por despido; un autónomo que busca seguridad para su tesorería… La lista es tan trágica como interminable. ¡Si hasta se las quisieron colocar a mi padre! Menos mal que me consultó a tiempo (también a mí mismo me han llegado innumerables ofertas tóxicas, pero me las envían piratas.com, no me las ofrece el empleado de mi banco o caja de toda la vida).

Porque este es el otro problema: estoy convencido de que el 90 por ciento de los empleados de las sucursales colocaban las precedentes sin conocer bien las características del producto. De hecho, las distribuyeron entre clientes de siempre, muchos de ellos amigos del barrio o del pueblo, con los que se tomaban cañas o salían a pescar los fines de semana. Conozco el caso de una empleada de caja que colocó preferentes a su hermana y a sus padres. Cierto que ella misma no puso dinero en el producto, pero, si de verdad hubiera sabido lo que vendía… ¿se habría atrevido a colocárselo a su propia familia?

Estamos ante un problema de cultura financiera. Ni el ahorrador ni la mayor parte de los empleados de cajas sabían lo que hacían. ¿Pero cómo es posible que quienes sí lo sabían, desde los directivos de las entidades a los reguladores, lo permitieran? ¿Y cómo es posible que se haya repetido el escándalo con este frustrante reestreno bursátil? ¿A quién que sepa un poco de mercados le sorprende que las nuevas “Bankias” se desplomaran nada más tocar el parquet? La CNMV reconoce que no tiene base legal para anular las órdenes masivas de venta que desplomaron Bankia tres sesiones antes del canje de preferentes por acciones. Los grandes inversores hicieron lo que saben hacer y lo que era lógico. ¿Por qué no lo hicieron los pequeños ahorradores pillados en preferentes? Seguro que porque nadie se lo dijo y porque, como es lógico, no saben nada de inversión en renta variable.

Todo se ha hecho mal desde arriba, desde el Gobierno y los reguladores que permitieron alimentar unos monstruos con dinero de ahorradores incautos, construir un monstruo aún más grande con restos de los anteriores y, encima, dejarlo suelto en el parquet para que pateara a los mismos ahorradores que previamente habían sido engañados para engordar a la bestia.

Solución: un rescate total. De algún modo, hay que devolver este dinero expoliado, antes de que las tragedias personales (que ya comienzan) protagonicen los telediarios. Y si no hay una decisión política, que los tribunales hagan su trabajo bien hecho, sin atender a que las entidades presenten en su descargo folios de letra pequeña e incomprensible firmados por clientes incautos que, sin saberlo, autorizaban la tropelía y afirmaban conocer el riesgo de las preferentes. Si algún juez da validez a esas firmas, merecería intercambiar su papel con el ahorrador atrapado y sentir lo que siente un jubilado al que le han saqueado el 80 por ciento de sus ahorros y le han arruinado para el resto de su vida.

Mientras, ¿qué puede hacer el maltratado ahorrador para evitar ser pisoteado de nuevo? Por lo menos, formarse, aprender, preguntar y, de entrada, no fiarse nunca de lo primero que le ofrecen en la sucursal. La cultura financiera sigue siendo la gran asignatura pendiente del ahorrador y del inversor español. Desde nuestra editorial digital, Nautebook, ponemos sobre la mesa (más bien sobre las pantallas de sus ordenadores y de sus iPad) nuestra modesta aportación. Esperamos que sirva para que el próximo monstruo arruine la vida de menos gente.