El presidente del BCE llega tarde y sigue perdiendo la batalla contra el monstruo germanófilo que anida en el interior de la institución.
El Doctor Draghi lleva años combatiendo contra el monstruo que anida en su interior, ese Mister Bundes-Hyde infectado del ciego egoísmo germano que acabará llevando –ya verán– a la propia Alemania al borde de la recesión, como guinda de la temida tercera recesión que afectará a Europa desde que estalló la crisis en 2007.
Con las medidas anunciadas el 4 de septiembre, Mario Draghi ha vuelto a hacer lo que, como buen italiano, mejor sabe hacer: vender algo que, en realidad, no es suyo (estamos hartos de ver aceite o mejillones españoles comercializados como si fueran transalpinos). Ya lo hizo en su memorable discurso de julio de 2012, cuando le bastó insinuar con que el Banco Central Europeo haría todo lo necesario para frenar la tormenta europea. Los mercados se lo creyeron y la tormenta cesó. Ahora, el sabio Supermario (como le llaman sus compatriotas) ha anunciado una drástica reducción de tipos (hasta el 0,05%), intereses negativos sobre los depósitos bancarios ociosos y, sobre todo, que pondrá en marcha una versión a pequeña escala de la famosa quantitative easing (la masiva compra de activos públicos y privados) que la Reserva Federal inició en el último tercio de 2009 y que ahora está a punto de abandonar (es la mejor prueba de que Europa lleva media década de retraso frente a Estados Unidos en su política contra la crisis).
Es en este aspecto, en la compra de activos por parte del BCE, donde Draghi vende lo que no tiene, lo que en realidad aún no puede hacer, porque el monstruo que lleva dentro, ese poderosísimo Bundes-Hyde, se lo impide. De entrada, en su intervención del 4 de septiembre, el presidente del BCE ni siquiera concretó la cantidad de activos que el BCE va a comprar. Entre otras cosas, como el mismo reconoció implícitamente, porque no las tiene todas consigo: las medidas anunciadas en septiembre fueron aprobadas, según el propio Draghi, por una “mayoría confortable” de los consejeros del BCE, pero no por unanimidad, porque Alemania y sus satélites siguen empecinados en salir de la crisis ellos solos y en que el resto de socios europeos se aprieten el cinturón por haberse dopado con el dinero fácil (el mismo que antes de la crisis prestaban con enorme facilidad e inconsciencia los incompetentes bancos y cajas germanos).
Si Draghi no ha sido muy preciso en su versión aligerada de la quantitative easing es también porque, en su nuevo papel de regulador financiero y bancario, el BCE no puede inyectar liquidez así como así a los bancos supervisados. Y no puede hacerlo porque el sistema bancario europeo aún no ha concluido su saneamiento, todavía debe superar los últimos test de estrés y culminar la revisión de la calidad de sus activos. Además, si por fin logra convencer las reticencias de Alemania y de sus socios, la compra de activos titulizados se ceñirá a los llamados senior, es decir, a los de mayor calidad, por lo que los bancos seguirán quedándose con la abundante morralla que aún infecta sus balances.
No sorprende, por tanto, que después de estar ocho meses pensándose la compra de activos, el BCE ni siquiera concrete el volumen y, además, aplace su actuación final hasta octubre: ¿logrará actuar por fin o será de nuevo entorpecido por el monstruo germano?
LA TERCERA RECESIÓN
¿Resultado de todo ello? De momento, una victoria parcial del Doctor Draghi sobre Mister Bundes-Hyde, pero de efectos me temo que insuficientes para alejar el fantasma de la tercera recesión. Cierto que los mercados bursátiles han reaccionado al alza y que el euro (como consecuencia de tipos de interés negativos) se ha debilitado, lo cual estimulará las exportaciones (magnífica noticia para todos, pero especialmente para el mayor exportador del mundo, Alemania). Pero veremos si todo ello es suficiente para que Europa esquive la combinación más temida: deflación más recesión.
La deflación ya está llegando y lo vemos incluso en los niveles históricamente bajos a los que el Tesoro español coloca su deuda: no es porque los inversores consideren que ya somos un país de riesgo casi nulo, sino porque no ven otra cosa en la que invertir, pues estiman que la recuperación económica está aún muy lejos y que poner el dinero en proyectos empresariales implica un altísimo riesgo. Por eso en las últimas subastas de agosto compraron Letras a seis meses a cambio de rentabilidades inferiores al 0,1 por ciento. Ahí tenemos la verdadera prueba de que la deflación amenaza, por si no bastara el 0,3% de inflación en la eurozona en agosto, el nivel más bajo de los últimos cinco años.
Y la falta de crecimiento es patente ya en varias de las grandes economías europeas, con decrecimiento en Italia… ¡y en Alemania!, con el estancamiento francés, y con la multitud de conflictos geopolíticos a las puertas de Europa (es difícil estimar cómo nos afectarán las fuertes sanciones contra la locura expansionista de Putin, o el descontrol bélico que se extiende desde Gaza hasta Mesopotamia). Cuando el 22 de agosto –en la cumbre de banqueros centrales en las montañas estadounidenses de Jackson Hole– Mario Dragui preparó el terreno para las medidas anunciadas dos semanas después, subrayó que la recuperación económica estaba siendo “débil, frágil y desigual”. Un diagnóstico muy acertado, pero, de nuevo, tardío.
¿QUÉ HACEN LOS POLÍTICOS?
Si las instituciones como el BCE o la famosa Troika llegan tarde, con desacierto en sus previsiones y en sus decisiones, y sin que nadie en su seno pague las consecuencias de haber cometido un inmenso error con fiarlo todo a las políticas de austeridad (en el FMI sólo se cuestiona a sus líderes por asuntos de faldas o por presuntos casos de corrupción, no por su incompetencia manifiesta en los últimos años)… ¿qué hacen los responsables políticos? La triste respuesta es la de siempre: apenas poco más que mirarse el ombligo de las encuestas electorales, intentar caerle bien a Merkel (cinco kilómetros de Camino de Santiago con Rajoy no creo que hayan dado para mucho) y seguir contándole cuentos al ciudadano. Hace un año, en esta misma tribuna digital, mientras todo el mundo se llenaba la boca con los famosos brotes verdes, yo escribía que lo que teníamos en la economía española eran más bien tomates verdes fritos. Y, por más que nos quiera vender moderados datos de recuperación, un año después seguimos teniendo un buen tomate. La magra recuperación del empleo (estacional y mayormente precario) ha permitido ponerse muchas medallas a los defensores del pensamiento único, pero, a este ritmo de creación de puestos de trabajo, necesitaríamos un cuarto de siglo para recuperar el nivel previo a la crisis (o bien volver a construir cada año, durante una década, más viviendas que Francia, Italia y Alemania juntas, como hacíamos cuando vivíamos del espejismo del ladrillo). Nuestras exportaciones, que parecían el motor, se vuelven a enfriar. Y el turismo ha dado buenos datos (pero poco empleo de calidad) básicamente debido a la que la Primavera Árabe se ha convertido en un duro invierno para los desiertos destinos turísticos del norte de África y Oriente Próximo. Y todo ello mientras seguimos gastando más de lo que ingresamos, sin un plan B para desarrollar sectores que no sean los de siempre y mientras el plan de choque del Gobierno para reducir el paro consiste en dos factores: una reforma laboral desastrosas que ha sido sólo una reforma del despido y una patente falta de ideas para reducir el desempleo estructural (salvo pedir ayuda a la Virgen), por no hablar del lamentable espectáculo de ver el dinero para formación de trabajadores convertido en fuente de corrupción generalizada entre políticos, empresarios y sindicalistas.
¿Quieren comprobar todo este tomate a nivel de calle sin tener que mancharse en la Tomatina de Buñol? No hay más que analizar los últimos resultados del mayor empleador privado de España, una empresa considerada el auténtico termómetro de la economía nacional (pues apenas tiene actividad exterior). Hablamos, cómo no, de El Corte Inglés: en sus cuentas de 2013, presentadas como siempre el último día de agosto, se anota un descenso del 44% en el resultado de explotación y una caída del beneficio antes de impuestos de 108,3 a 15,1 millones de euros. El beneficio neto subió un 6,2 por ciento pero, básicamente, por la venta al Santander del 51% por su división financiera y por los beneficios fiscales. Y todo ello, mientras su plantilla sigue bajando: 93.222 empleados en 2013, 3.456 menos que un año antes.
No hay que desearle desgracias nadie, pero tendremos que esperar a que Alemania sienta también el mordisco de la recesión para que convierta su superávit en combustible para la economía europea, despeje la vía de la compra de activos, desatasque la imprescindible unificación bancaria, dé luz verde a la creación del Eurobono y deje de pensar que la austeridad (quitarle de golpe la droga a un enfermo con grave adicción) basta para curar a la economía europea. Así, Merkel y los ultra-ortodoxos del Bundesbank quizás aprendan que tan drástica cura de desintoxicación, más que curarnos, puede acabar metiéndonos en otra recesión en la que el monstruo de Bundes-Hyde habrá triunfado definitivamente sobre el Doctor Draghi.