“El tonto de Frankfort”. Así llamaban en un gran banco de inversión de Wall Street a un estirado y presuntuoso banquero germano que, de cuando en cuando, aparecía por Nueva York y compraba, con su apabullante exceso de liquidez, toda la morralla que le ponían delante. Me lo contó un amigo que trabajaba allí. Cuando toda esa bolsa de basura (esos paquetes de bonos y estructuras con apariencia triple-A pero cargados de las tóxicas “subprime”) se rompió en 2007 y desparramó su porquería por todo el planeta, debería habernos dado una lección. Sobre todo a tontos como el de Frankfort. Pero el caso del Deutsche Bank ilustra que hemos aprendido bien poco y que seguimos en manos de unos cuantos prepotentes incompetentes. Y con los mercados financieros sin barrer
A finales de 2013 les hablé en estas mismas páginas de nuestro viejo amigo “el tonto de Frankfort”. Cinco años antes, en 2008, ya había necesitado un gran rescate público el segundo mayor banco alemán, el Commerzbank. Ahora, casi tres años después de hablar de aquel tonto, descubrimos que la infección financiera que incompetentes como él ayudaron a propalar sigue causando serios daños a la economía global. Si a eso se añaden China y la guerra petrolera (dos temas que protagonizaron sendos artículos en esta sección el año pasado), se cumple, lamentablemente, lo que decía en mi artículo anterior para “Hispatrading”: nos hemos adentrado en un anómalo 2016.
Después de más de siete años de crisis, cuando algunos comenzaban a soñar en una recuperación global, a los problemas de China, de todos los emergentes y del absurdo mercado del petróleo, le ponen de nuevo la guinda desde Alemania: volvemos a un escenario de desmoronamiento.
Utilizo deliberadamente este término, “El Desmoronamiento”, porque así se titula una de los mejores libros sobre lo que nos ha pasado en los últimos años (http://wp.me/p4F59e-3R). En este monumental ensayo, escrito por el periodista y escritor norteamericano George Packer, se pueden leer descripciones tan fabulosas como esta:
“Básicamente, Wall Street (o ‘Gotham ¬–como él lo llamaba–, el ano, el agujero negro del país que absorbe todo el dinero, el ojo de apocalipsis’) había fragmentado y reagrupado las hipotecadas tantas veces a través de la titulización y los bancos se habían saltado tantos procedimientos tratando de recuperar los préstamos tóxicos que no había institución capaz de determinar fidedignamente quién ostentaba los derechos sobre las viviendas”.
Espectacular descripción de la crisis de las hipotecas subprime que estalló en Estados Unidos en 2007. La cita es de un abogado especializado en pleitos inmobiliarios, uno de los muchos personajes reales (algunos famosos, otros simples ciudadanos de a pie) que pueblan este libro ganador del National Book Award de 2013.
Esta obra narra, entre otros muchos factores causantes del desmoronamiento estadounidense y global, “el regalo” que se hizo a Wall Street con la ola de desregulación financiera iniciada en la era Clinton y rematada en la de Bush. Esa que derribó la muralla de separación existente hasta entonces entre banca comercial y banca de inversión. Y que llevó a que muchos tontos como el de Frankfort se creyeran que los productos tóxicos eran la mejor inversión del momento, sin pensar para nada en que eso podía acabar afectando a la actividad tradicional de un banco comercial, es decir, ser prudente con el dinero de los depositantes y dedicarlo sólo a créditos en actividades productivas, no a especular en los mercados. Romper la muralla de separación entre ambas actividades hizo que, a la vista de un aparente dinero fácil, muchos financieros no sólo perdieran de vista la esencia de su negocio, sino que se olvidaran también de unos mínimos criterios éticos. Packer lo explica así:
“Wall Street usaba una jerga deliberadamente opaca para intimidar a los extraños, pero para tener éxito solo había que controlar un mínimo de matemáticas y saber mentir. Lo primero para las compraventas, lo segundo para negociar. Un buen analista que supiera mentir podía ganar mucho dinero”.
Una organización criminal
Me volví a acordar de este libro y de las historias que cuenta cuando, en pleno escándalo del Deutsche Bank, leí una entrevista con Wolfgang Hetzer (diario “El País”, 17 de febrero de 2016). Este jurista y escritor, que dirigió entre 2002 y 2013 un departamento de la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, publicó el año pasado un libro titulado “¿Es el Deutsche Bank una organización criminal?”. Nada más y nada menos.
Parece que el tiempo le ha dado la razón a quien en su obra analizó todas las ilegalidades cometidas por el banco germano en los últimos tiempos. Precisamente, las que han provocado el reciente escándalo en torno al Deutsche Bank y han traído a los mercados el recuerdo de los peores momentos de la crisis de Lehman Brothers. Ya saben que el particular desmoronamiento del gigante americano (el 15 de septiembre de 2008) es considerado como el principio “oficial” de la crisis financiera y económica que vivimos desde entonces. Aquel día, yo estaba en París, a 5.844 kilómetros de Wall Street, pero la exclusiva me llegó casi en directo, aunque de refilón, al escuchar a unos financieros histéricos en un restaurante cercano a los Campos Elíseos. Una histeria que ha vuelto a recorrer los mercados durante las últimas semanas.
¿Sorprende ahora que el Deutsche Bank, cuyos pasivos triplican a los que arrastraron a Lehman, necesite desesperadamente capital? ¿De dónde va a venir? ¿Del sector privado? Seguro que no. El Gobierno alemán, que se ha hartado de dar lecciones a todos sus socios europeos, sobre todo a los del sur, tendrá ahora que aplicarse su propia medicina y tragarse buena parte de su prepotencia. Y tirar de caja para tapar el agujero. Porque fueron bancos mal gestionados como el Deutsche Bank los que prestaron alegremente a gobernantes golfos (y no sólo a los griegos). Y fueron supervisores ineficaces, como los alemanes, quienes lo permitieron. Pero no sólo ellos: todavía me acuerdo de las prepotentes charlas que daba el entonces gobernador del Banco de España, Fernández Ordoñez, sobre cómo gestionar la economía y reformar el mercado de trabajo, mientras, al parecer, se olvidaba de hacer su propio trabajo y su entidad se comía, por ejemplo, el escándalo subprime a la española llamado desmoronamiento de las cajas de ahorros.
¿Para qué sirven los test de estrés?
¿Y qué decir de los famosos test de estrés europeos? Visto lo que está pasando en el Deutsche y en la banca italiana (para la que, por cierto, su primer ministro Renzi acaba de conseguir un rescate europeo mucho más barato que el que se tragó Rajoy para las cajas españolas), está claro que valen para bien poco. O valen sólo para unos: mientras que los bancos griegos, portugueses y españoles han tenido que quedarse en paños menores, que desnudar absolutamente sus balances, han tenido que reestructurarse de arriba abajo (o incluso desaparecer, como casi todas las cajas españolas) y asumir masivas pérdidas entre sus accionistas y tenedores de bonos, todo indica que la gran banca alemana ha estado en exceso protegida: por un gobierno prepotente, por un supervisor tan incompetente como la Bafin germana y por un BCE que miraba para el techo.
¿Cómo es posible, si no, que ahora circule información tan contradictoria? Algunas fuentes afirman que el Deutsche Bank tiene un balance apalancado hasta límites insospechados, con un riesgo en productos derivados de 500.000 millones de euros. No está mal. Una cantidad equivalente al 50 por ciento del PIB español. Pero otras fuentes le añaden un par de ceros al medio billón de euros, lo que daría lugar a unos inimaginables 50 billones de euros, cifra que multiplica por más de quince el PIB de Alemania. Esta última cantidad, desde luego, suena bastante increíble. No sólo por su dimensión, sino también porque simplemente la primera, el medio billón de euros, ya asusta bastante. Sobre todo unida a las dudas de que el banco pueda hacer frente a sus bonos convertibles en acciones (los llamados CoCos, que en efecto dan tanto miedo como el personaje malo de los cuentos infantiles).
Son los resultados de esa supuesta “organización criminal” que ha manipulado los mercados de divisas, ha cometido fraudes en el mercado de derechos de emisión de CO2, ha encubierto pérdidas de otros bancos, todo ello después de enfangar su balance con derivados y diversas toxinas aún no del todo descubiertas.
¿Un Lehman europeo?
Por eso, ahora, el Deutsche Bank hace temblar a toda la banca europea, con tan grave impacto sobre las Bolsas y sobre las perspectivas de recuperación económica. Y eso que el mayor banco alemán ha tenido libre acceso a la barra libre de liquidez del Banco Central Europeo. Ese grifo que abrió Mario Drahgi precisamente cuando el BCE comenzó a dejar de parecerse a otro “monstruo” germano, el Bundesbank.
Pese a ese acceso ilimitado del Deutsche Bank al dinero del BCE (algo que no tuvo Lehman, a quien la Reserva Federal americana dejó morir ahogado por la falta de liquidez), todos sus problemas vienen precisamente de lo mismo que denuncia George Packer en “El Desmoronamiento”: ese “saber mentir”. En primer lugar, saber mentirse a sí mismo.
Como señala Wolfgang Hetzer, los problemas del Deutsche Bank comenzaron cuando “decidió convertirse en una entidad internacional de banca de inversión sin tener una tradición y un conocimiento sobre ello”, mientras, además, “mostró una actitud arrogante y sobrevaloró sus capacidades”.
Resultado: el banco se ha enfrentado a múltiples sanciones, con más de 12.700 millones de euros gastados en litigios durante los últimos cuatro años (multa de 1.400 millones de euros por actividades ilícitas en Estados Unidos, sanciones manipulación del euríbor, etc.); en octubre del año pasado anunció la mayor reestructuración de personal de su historia, pues enviará a 35.000 personas a la calle en dos años; los accionistas no verán ni euro en dividendos en 2015 y 2016 (eso es el anuncio oficial, pero todo indica que la sequía podría durar bastante más); las pérdidas del ejercicio pasado se elevaron a 6.700 millones de euros, la mayores de su historia…
En fin: qué mala suerte está teniendo esa prepotente Alemania que, nadando en sus excedentes de liquidez, da tantas lecciones a los demás. Tiene la banca sin barrer, alguna gran firma automovilística con motores también tóxicos, unas infraestructuras que, con tanto ahorro, comienzan a resentirse, y un clima político y social que también se ha llenado de mensajes venenosos, xenófobos y racistas debido a la crisis migratoria… Y una Merkel que, sobre todo por esto último, ya ha dejado de ser la líder visible de Europa.
Y todo eso, desde luego, no es nada positivo para esa misma Europa que siempre confió (incluso a veces a la fuerza) en que el liderazgo germano nos ayudaría a seguir avanzando.