Como bien sabemos, aquellos que observamos los mercados, lo que pensamos viene influido en gran parte por el entorno que nos rodea. De tal forma, que si hoy tengo una determinada opinión, sobre lo que quiera que sea, tendré que ser consciente que habrá sido mi entorno, en un porcentaje muy alto, el que habrá decidido por mí. Tener esto claro nos puede ahorrar más de un susto. Experimentos como el de Miller, entre otros, nos han demostrado mediante la psicología conductual que el ser humano es presa de su entorno. Pero el experimento que traemos hoy no nos habla de la presión de grupo, sino de hasta qué punto las emociones y lo que vemos puede influir en nuestro estado sin que nadie nos presione a pensar así.
Querido lector, te presento la teoría de las ventanas rotas. Nos ponemos en situación. El profesor de la universidad de Stanford, Philip Zimbardo, en su afán de demostrar su teoría sobre el contagio de las conductas incívicas, hizo el siguiente experimento. Colocó un coche aparcado en el barrio del Bronx, como todos sabemos un lugar donde no creo que buscara piso doña París Hilton, con las puertas abiertas y en un estado manifiestamente dañado. Resultado, al poco tiempo quedaba poco más que el chasis, ya que aquellos que pasaban por allí sospechosamente se veían tentados a colaborar en el menoscabo de la integridad física del coche, propinándole algún que otro golpe y sustrayendo alguna que otra pieza. Alguien podría pensar que dado el barrio en el que el profesor tuvo la feliz idea de colocarlo no era precisamente de alta alcurnia, sería como dejar un caramelo en la puerta de un colegio. El resultado sería el esperado, podríamos pensar. Sigamos para convencer a los escépticos.
El profesor, con poco cariño a los automóviles, probó llevando el coche al barrio de Palo Alto, conocido precisamente por ser la antítesis del Bronx, grandes mansiones y gente bien. Después de observar como nadie seguía el mismo patrón de conducta que sus homólogos del Bronx, algo que podría ser de esperar ya que el coche se encontraba en un estado idéntico, decidió dañar un poco más su estado propinando varios golpes a la carrocería y dejando el estado de la misma más dañado aún. Una vez se retiró y empezó a observar a quienes pasaban por allí vino el milagro, los transeúntes se empezaron a comportar al igual que los del primer grupo colaborando en la tragedia física para el pobre automóvil. Y es que parece que la ayuda extra que se le dio al coche, a efectos del experimento, dañando un poco más el estado del coche, fue la motivación que les faltaba a los puritanos habitantes de Palo Alto.
Conclusión: las emociones son contagiosas y el hecho de ver algo descuidado hace que quienes observan esa situación sientan el mismo poco respeto por el objeto abandonado. Los ayuntamientos bien saben esto, si una pintada en la pared no es borrada inmediatamente, lo más probable es que empiecen a multiplicarse las mismas alrededor. Esto es aplicable al resto de mobiliario urbano.
¿Lección? Cuidado con la euforia colectiva porque te hará sentir y actuar del mismo modo, cometiendo los mismos actos imprudentes que el resto. Cuidado con el pesimismo generalizado porque ye hará llevar a desperdiciar interesantes oportunidades. Eslogan, compra cuando veas sangre en las calles tal y como diría el Barón Rothschild.