El independentismo moderno (que en realidad es bastante rancio y anticuado) lo reinventaron los políticos que, a falta de una idea (ni mejor ni peor, sino simplemente una idea), lo utilizan para reforzar sus posiciones, con el objetivo final de sacarle algo al ente del que supuestamente quieren independizarse. En realidad, ni la City ni Cameron quieren irse de Europa, sino utilizar esa amenaza para aprovecharse aún más de la Unión Europea.
“La gente había dejado de preocuparse por los mineros (…) y había empezado a inquietarse por el 20% de inflación y el colapso económico, y a pensar si debería escuchar a Powell, votar laborista y salir de Europa”.
Ese “salir de Europa” es el monstruo del lago Ness que reaparece con cierta periodicidad en Gran Bretaña. Hemos visto cómo en la reciente campaña electoral volvió a surgir de las negras aguas de la crisis (y eso que la economía británica es la que más crece del G-7, a ritmos del 2,8% en 2014 y con el desempleo en un envidiable 6%). Pero “to be or not to be Europe” es la hamletiana inquietud permanente de los británicos, como nos recuerda el párrafo entrecomillado. En él se describe la crisis que atenazaba al Reino Unido en 1972, cuando eran los laboristas, en la oposición, e incluso algunos conservadores, como el citado Enoch Powell, quienes alzaban la bandera antieuropea. Nos lo cuenta Ian McEwan (1948), uno de los más brillantes escritores británicos actuales, en “Operación Dulce”, una atractiva novela de espías y propaganda ambientada en plena guerra fría. Y nos recuerda que finalmente los laboristas, encabezados por Harold Wilson, ganaron las elecciones de 1974… pero Gran Bretaña siguió en Europa.
Y eso que, como nos narra la protagonista de la novela, realmente el panorama económico británico era tan convulso que las cartas de los lectores del influyente diario “The Times” echaban humo:
“Una carta anunciaba que el Reino Unido había sucumbido a un frenesí de akrasia (…), que era la palabra griega que significaba actuar en contra del propio criterio (…). Pero no existía el criterio propio, nada contra lo que actuar. Todos decían que todo el mundo se había vuelto loco. La arcaica palabra ‘conflicto’ se usaba profusamente en el torbellino de aquellos días, con una inflación que provocaba huelgas, convenios laborales que generaban inflación, una patronal cerril, sindicatos empecinados, con ambiciones de insurrección, un gobierno débil, crisis energéticas y cortes de electricidad, cabezas rapadas, calles sucias, el conflicto con Irlanda del Norte, las armas nucleares. Decadencia, descomposición, declive, una ineficiencia gris y apocalipsis…”
Parece que estamos hablando de tiempos muy recientes, pese a que la novela sitúa su trama a comienzos de los setenta, concretamente en 1972, al borde la primera gran crisis energética. Dos años después, cuando los laboristas ganaron las elecciones, persistía la crisis, aunque con nuevas dudas, pese a lo cual, por supuesto, Gran Bretaña no salió de Europa.
VOTAR CON LA CARTERA
Ahora hay un referéndum a la vista. Cierto. Pero que no cunda el pánico. Recuerden lo ocurrido cuando votaron los escoceses, que llevarán falda y tocarán la gaita, pero no pudieron evitar ser tan británicos y pragmáticos como la mayoría de habitantes de las islas y votar más con la cartera que con el corazón. Lo que, por cierto, les sirvió además para rellenar esa misma cartera de promesas que acabarán reforzando su autonomía y les dará nuevos privilegios… todo ello sin necesidad de alzar una nueva frontera, una versión postmoderna del Muro de Adriano que separe la Britania civilizada de las oscuras y salvajes tierras de los pictos.
Los británicos (todos, no sólo los escoceses) vuelven a agitarse con los mensajes independentistas frente a Europa. Pero no olvidemos que, como siempre, son mensajes disparados en realidad por los políticos y, sobre todo, por la propia City. Los que manejan el dinero en Londres saben muy bien (y hay sesudos estudios que lo demuestran y que, por lo mismo, los diferentes gobiernos del Reino Unido prefieren no airear demasiado… todavía) que el Reino Unido gana más estando dentro de Europa que abandonando tan privilegiado club. Tienen perfectamente claro que al norte del Muro (por citar ahora otra famosa muralla, la de “Juego de Tronos”), no sólo “winter is coming” (un modo inverso de decir que la crisis aún no se ha ido), sino que “los salvajes” lo pueden pasar mucho peor que los pueblos europeizados. Pero tanto la City como los inquilinos del número diez de Downing Street (sean del partido que sean) saben que esgrimir ante Bruselas el monstruo de la independencia, el “not to be Europe”, les ayuda a negociar, a sacar tajada, sobre todo en lo relacionado con ese mercado financiero que dominan y que quieren seguir viendo lo más libre posible de directivas comunitarias y del influjo del euro, esa moneda común que se resisten a adoptar.
Lo que desea el primer ministro conservador David Cameron (sobre todo tras su arrolladora victoria electoral del 7 de mayo) es reforzar esta y otras excepcionalidades británicas en su relación con Europa: no le basta con mantener la libra, estar al margen del Tratado de Schengen y recibir el famoso “cheque” que reduce la contribución británica al presupuesto comunitario. Para empezar, al poco de arrasar en las elecciones de mayo, recibió a Jean-Claude Juncker (presidente de la Comisión Europea) e inició una ronda de visitas a cinco Estados miembros. Casi al mismo tiempo, anunciaba que en el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, que se celebrará antes de finales de 2017, no votarían ni los británicos de 16 y 17 años, ni los que lleven más de quince años en el extranjeros (que seguro que tienen muy claras las ventajas de ser comunitarios), ni los ciudadanos de la UE residentes en Gran Bretaña (que, curiosamente, sí pudieron votar en el referéndum escocés).
En paralelo al anuncio de este peculiar censo electoral, llegaba otro no menos sorprendente: los laboristas, hasta hace nada contrarios al referéndum, lo respaldan ahora. Total, se han pegado un batacazo en las elecciones y casi les da lo mismo. Porque, en el fondo, están convencidos de que Cameron convoca el referéndum en un acto de claro populismo hacia parte de su electorado y que lo convocará después de que la UE ceda a nuevas excepcionalidades británicas (sobre todo en lo relativo al factor también más populista: la inmigración). Pero los líderes británicos saben que nadie convoca un referéndum para perderlo y, en el fondo, están convencidos de que ganará el voto a seguir en ese club de 28 países, un mercado de 500 millones de consumidores que ofrece grandes oportunidades a las empresas del Reino Unido… y a sus bancos, siempre y cuando consigan mantener esa supuesta legislación ultra liberal, la misma que les permite, por ejemplo, manipular de cuando en cuando los mercados de divisas y los tipos de interés… aunque luego acaben pagando multas por ello.
Cameron sabe, además, que tiene que apresurarse a lograr nuevas ventajas en su ya privilegiada relación con sus socios europeos, antes de que Francia y Alemania (hartas de periféricos díscolos, como Reino Unido, Grecia o Polonia) refuercen su integración a todos los niveles y demuestren que, ante el invierno que no cesa, siempre será mejor seguir juntos que separarse. Como los británicos también lo tienen claro, parece evidente que su “to be or not to be Europe” es más postureo ventajista y chantajista, que una apuesta política real. Y la City lo tiene más claro aún: su positiva reacción a la victoria electoral de Cameron fue un saludo a la estabilidad política (lo que más gusta a los mercados), la misma que permitirá que el Reino Unido siga circulando por la senda comunitaria… aunque sea a su estilo, es decir, por la izquierda… que en este caso es por la derecha ultra liberal que quiere seguir pescando en el mercado único pero con las mínimas ataduras de Bruselas, y apostando por mayor libertad financiera, de movimientos de capital y de servicios, pero restringiendo aún más la libertad de movimientos de personas, que es la carnaza que los inquilinos de Downing Street pueden ofrecer a su más cerril electorado anti europeo, anti inmigrantes y anti todo…
Tampoco hay que olvidar la paradoja de que precisamente los británicos supuestamente más independentistas, los escoceses, sean también los más europeístas, pues comprenden que en su sueño de una Escocia fuera del Reino Unido (matizado ahora por el reciente voto, también con la cartera, contra la secesión) sólo sería remotamente viable si el “reino-de-más-allá-del-muro” (por volver a citar a “Juego de Tronos”) continúa en la Unión Europea. Por tanto, si los vientos para salir de la UE soplaran más fuerte en las Islas Británicas de aquí a la fecha del referéndum, sería probable que los escoses forzaran que tal votación no se celebrara en su territorio. Lo cual, sin duda, descafeinaría la consulta y sería una mala noticia para esos líderes de Londres y de su City que quieren dejar votar… pero convencidos de que el resultado será un “yes, of course” a permanecer en Europa.
¿UN MURO EN CATALUÑA?
Es lo que tiene jugar a la independencia cuando, en realidad, no se desea y es sólo un truco para chantajear a tus socios. Algo sobre lo que, por cierto, debería reflexionar Arturo Mas, pues así le llamaban en su entorno cuando era un “chico bien” que ni en sus más absurdas pesadillas se veía convertido en supuesto líder independentista apoyado por los votos de la izquierda nacionalista (otra “contradictio in terminis”, porque, que se sepa, la izquierda genuina siempre ha sido internacionalista y cuando alguien ha mezclado las palabras “nacionalismo” y “socialismo” el resultado ha sido el indeseable “nacionalsocialismo”). Arturo no sólo no cuenta con la aplastante mayoría electoral de sus primos conservadores de Londres, sino que tiene mucho más cerca que Cameron la nueva cita con las urnas. Ya están a la vista las supuestas “elecciones plebiscitarias” catalanas del 27 de septiembre que ni el mismo Mas se cree y que, encima, se le complican: primero, porque a lo mejor Rajoy por fin toma alguna decisión seria en su mandato y adelanta las generales a esas mismas fechas; y segundo, y principal, porque el voto indignado catalán acaba de descubrir en las municipales del 24 de mayo que puede cambiar de gobernantes sin tener que cambiar de país ni alzar nuevas fronteras. Es normal: hasta los más independentistas (de boquilla) y los más cabreados (con razón) saben que, más allá del Muro… “winter is coming”.