¿Qué debe tener una empresa para poder convertirse en una buena opción de compra? ¿Qué señales de peligro debemos tener en cuenta para saber cuándo es el mejor momento de salir? Ram Bhavnani nos lo cuenta desde su experiencia
Para que una empresa me atraiga como inversión a largo plazo, lo primero que debo tener es una absoluta confianza en sus gestores. Tengo que estar seguro de que son personas que confían en su proyecto (en este sentido me gusta saber que tienen su dinero invertido en la empresa) y que huyen del despilfarro. Se da por hecho que una empresa debe administrar correctamente su dinero, pero demasiadas veces vemos, por ejemplo, empresas con innecesarios jets privados para sus directivos, o consejeros dominicales que cobran altísimos sueldos por ir unas cuantas veces al año a reuniones en las que se limitan a asentir con la cabeza… esas cosas no me convencen en absoluto.
El proyecto de la empresa a largo plazo también tiene que convencerme, si no veo que el negocio seguirá teniendo sentido dentro de 20 años no entro. Esto es particularmente difícil de ver, sobre todo, tal y como están evolucionando los temas tecnológicos últimamente. También prefiero proyectos ya consolidados, con resultados consistentes a lo largo de varios años. No suelo invertir en empresas que todavía no hayan obtenidos beneficios.
Los dividendos me parecen interesantes, pero no imprescindibles. Una empresa en crecimiento o que esté muy endeudada no tiene sentido que reparta dividendo. Vería más lógico en este último caso amortizar la deuda.
Sin embargo, cuando una empresa está satisfecha con su tamaño y no necesita o simplemente no quiere crecer más, lo normal es que reparta gran parte de sus beneficios entre sus accionistas. Muchas veces es mejor eso que intentar seguir creciendo sin tener claro hacia dónde se va. A veces veo empresas que parece que no sepan qué hacer con el dinero y compran otras empresas en máximos, operaciones que suelen salir mal. En esos casos, mejor habría sido repartir dividendos.
No me convence tampoco que una empresa reparta dividendos y después haga ampliaciones de capital, obligando a sus accionistas a devolver esos dividendos. Para hacer eso, prefiero que no los reparta. Como dije antes, los dividendos deben repartirse si la empresa ya tiene claro que no es necesario seguir expandiéndose.
En cuanto al endeudamiento, suele ser necesario para crecer, de hecho yo siempre he trabajado con endeudamiento. Eso no significa que me guste invertir en empresas muy endeudadas, que suelen dar sustos en bolsa. Ni siquiera una empresa en crecimiento debe sobrepasar un nivel de endeudamiento razonable.
Tampoco me gusta que los directivos cobren cientos de veces más que los trabajadores, me llevo las manos a la cabeza cuando observo esas diferencias. Creo en una determinada forma de gestión, que tiene que ver con los aspectos más humanos de las relaciones entre empresarios y trabajadores. Los ejecutivos de una empresa tienen que valorar y proteger a sus empleados, y no considero ético que un directivo cobre millones cuando tiene a su cargo a personas que no llegan a mileuristas, me parece abusivo.
Una de las cosas que me parece interesante de Altia, empresa en la que entramos el año pasado, es que la diferencia salarial entre los directivos y el resto de trabajadores es mucho menor que en otras compañías. Además, los consejeros cobran sueldos razonables, y no estratosféricos como en otras.
Las regulaciones masivas que hacen muchas empresas es algo que también me disgusta. Acaban con miles de trabajadores en la calle, siendo casi siempre los que más dificultades van a tener para volver a encontrar trabajo. Prefiero no invertir en empresas que actúan de esta forma, creo que es posible repartir el trabajo y los beneficios sin las grandes injusticias que se dan en la actualidad.
En cuanto a desinvertir, no se ha escrito mucho sobre el momento adecuado para abandonar una posición, pero sí podemos saber cuándo no hay que irse. Si hemos invertido en una empresa que conocemos bien y cuyo funcionamiento entendemos, y su cotización empieza a bajar sin que haya variado ninguno de los fundamentales que nos llevaron a comprarla, deberíamos verlo más como una oportunidad para incrementar nuestras posiciones que como una excusa para salir de allí. Muchas veces es bueno fijarse en las posibles divergencias entre el negocio real de la empresa y el valor de su acción, ahí es donde están las verdaderas oportunidades.
Está extendida la idea de que hay que salir cuando el negocio al que se dedique la empresa comienza a deteriorarse. No obstante, si creemos en la capacidad de los directivos de una empresa que está en dificultades, debemos pensar primero si la situación es irreversible, y si es tan importante como para hacernos cambiar de criterio. No debemos caer en la tentación de abandonar una gran empresa de manera precipitada, haciendo caso a rumores. Yo mismo pude cometer ese error con mi inversión en el Central Hispano, de no haber confiado en que saldría adelante cuando muchos expertos me recomendaban vender.
Antes de abandonar un valor, tenemos que estudiarlo a fondo y asegurarnos de que su negocio ha entrado en fase de deterioro sin muchas posibilidades de remontar. En caso de ser así debemos salir, pero si concluimos que es solamente una situación coyuntural, deberíamos pensar si no es, al contrario, momento de arriesgar y aumentar nuestra posición a un precio más barato.
También podemos considerar vender cuando creemos que el precio está reflejando el negocio de la empresa de manera demasiado optimista, o si nuestras expectativas están cubiertas. En estos casos podríamos recoger beneficios completamente y seguir con otras inversiones, o reducir la posición y ajustar nuestra cartera.